abril 23, 2017

Geobiopolítica del hábitat disperso


ÁREA DE INFLUENCIA Y HÁBITAT DISPERSO
(Fragmento de Oikos vs. Politeia) D. de Castellum


Los accidentes y fronteras naturales delimitan los territorios de vida animal (crestas, divisorias de aguas, superficies lacustres, ecotonos de transición). Abarca varios km. cuadrados el del oso pardo. Dosmil metros, en el caso de pequeñas aves paseriformes. El área de influencia o logística, algo más amplia, es la que un individuo o clan familiar recorre para sus actividades logísticas. Rodea en territorio, pero no se defiende con la misma rotundidad, y en determinados casos se solapa con otras áreas de influencia. Los ecotonos de transición y las áreas solapadas de influencia suelen ser zonas donde los individuos inciden escasamente en el paisaje y apenas monopolizan, y por lo tanto, son focos o crisoles de biodiversidad. Una teoría geobiopolítica del hábitat disperso ha de defender severamente sus ventajas frente al hábitat concentrado. Estos territorios finícolas y marginales, en lugares fronterizos, constituyen el “saltus”. Son tierra de nadie que delimita y preserva la territorialidad en los animales, la intimidad en las pequeños núcleos familiares autosuficientes. La necesidad (ananké) e instinto de intimidad y territorio son grandes aliados de la biodiversidad en la Naturaleza.

En lugares con suficientes recursos es posible el hábitat disperso. En lugares inapropiados para la vida humana se constituye el hábitat concentrado y hacinado, acaparadores de los recursos de la periferia. La noche, en el hábitat disperso, reina bajo un cielo sereno y animado por cantos tribales y lumbres. El día, aun así, es ameno y precioso, las aves, reinas  en los márgenes umbrosos, animan con su canto al hortelano silencioso y los mamíferos, ufanos y espaciosos, desplazanse en extensa red de lindes forestados y fragosos. Tal mosaico agroforestal, teselas de vida salvaje y cultivada, tan sólo luce hermoso en pequeñas parcelas cercadas de arbóreos minifundios. No así en el hábitat concentrado, germen de la deforestación.  Allí una “chora” o ager de roturaciones extensivas, latifundios sin setos entre parcelas, rodean una acrópolis, ciudad-estado de centralismo acaparador. La noche es oscura, y aunque más silenciosa y  posiblemente menos densa, resulta triste. Allí un mochuelo solitario o huérfano se afana quejumbroso por sobrevivir en el último olivo hueco de una vasta plantación mecanizada. Llega el día, y un ensordecedor ir y venir de maquinaria acaba por desventrar el último margen de tierra inculta que florecía aliso. La canícula es sórdida, desierta, ni un gavilán se atreve a surcar el cielo de un horizonte devastado.  Así es el Ager, la despensa de la ciudad-estado. Los hombres ya no viven en el campo, los campos ya no requieren intimidad. La fita es ahora un nimio surco inapreciable. El escaso espacio forestal que delimitaba y preservaba la intimidad del habitante ha sido roturado para aprovechar una hilera más de cultivo. Existe, sin embargo, zonas de transición, entre municipios: el Ager publicus. Queda relegado a las peñas más ásperas, donde apenas el arado podría abrir y descarnar el suelo. Al abarcar áreas territoriales más amplias, los espacios solapados o fronterizos entre ciudades o términos se reducen, a la mínima expresión.


abril 13, 2017

La custodia del acantilado. Monogamia y clan. Territorialidad, parentesco y defensa armada de las chovas piquirrojas.

Fragmento de “El reino de los cuervos. Monogamia y Clan, Territorialidad, Parentesco y Defensa armada de los córvidos  ibéricos. D. d. Castellum, 2017”


“De los animales somos alumnos en lo más importante”. Demócrito de Abdera


El segundo día de estudio, bien entrado el mes de Abril, y antes de entrar en la cavidad, me propuse indagar más a fondo la dieta y recursos territoriales de ciertos córvidos. Me encaminaba hacia la vertiente sur de Sierra Cerdaña, donde habita una familia de chovas, Pyrrhocorax , de pico rojo. Sabemos que son aves monógamas, permanentemente fieles  a la pareja durante toda la vida. Anidan, para su reproducción, en oquedades y cuevas de cantiles rocosos prácticamente inexpugnables. Es para ésta época, en primavera, cuando la hembra pone e incuba varios huevos sobre un nido estructurado a partir de las raíces aéreas de plantas saxátiles. Mientras, el macho, aguarda y custodia desde una cornisa la entrada a la cavidad-nido. Desde su nacimiento, las pequeñas chovas, son alimentadas tanto por el padre y la madre, que en turnos, o a veces juntos, frecuentan los rellanos herbosos del acantilado, donde rebuscan pequeñas larvas y frutos, como la endrina (Prunus spinosa) o el cerecino (Prunus mahaleb). Tardarán más de un mes en volar fuera del nido. Allí, en los cielos que abrazan los precipicios, volarán la familia y su clan, siempre unidos bajo cierto parentesco, hasta el próximo periodo de cría.



Acabando yo de llegar a la boca de la cueva, y herborizando con la vista las comunidades vegetales, recurso próximo y objeto de tal estudio, desprendióse cantil abajo, en preciso momento, un pedazo de roca del tamaño de un puño, hasta rozar mi cabeza y quebrando la rama florida de un guillomo que colgando del roquedo subsistía. Mi primera sospecha alzó la visión risco arriba, en busca de alguna montaraz cabra salvaje, y grata sorpresa para mí, fue hallar entre espliego y alisos espinosos, el flamígero pico, sujeto de mi investigación.



Allí una mirada valiente y curiosa, desafiaba mi integridad craneal con pequeños extraplomos, arrojados en conjunta acción de voluntad y gravedad: se trataba de un bello ejemplar masculino de Pyrrhocorax pyrrhocorax, defendiendo su hogar de mi intrusismo.  A partir de este encuentro se sucedieron las sorpresas. La segunda de ellas fue comprobar como con grave y severo graznido, parecía comunicarse con otro ejemplar que, escondido, permanecía en el interior de la amplia cavidad. Ésta, una chova hembra, respondía del mismo modo. Por un momento quise alejarme algo de la entrada, y entonces los graznidos entre ambos se volvieron más continuos. Fue señal para que la hembra apareciera de lo más profundo de la cueva, y al verla el macho, por la luz exterior iluminada, despegase de su cornisa para unirse a ella en un bellísimo vuelo, regalo para mis ojos.




La feliz, pero cauta pareja, voló por encima de los descarnados riscos y no apareció hasta más tarde. Tras una de las más acrobáticas, aéreas manifestaciones, en mi vida vistas, la hembra cayó espectacularmente en picado hasta lo más profundo de Cueva Cerdaña. Pude entonces, expectante, y tras un breve momento de silencio, disfrutar de uno esos escasos momentos en que los hombres podemos sentirnos interactuando con la tímida, relegada y ya casi inaccesible Naturaleza: en este caso, la de uno de los más brillantes ejemplos de inteligencia y estrategia córvida.





Quedó el futuro padre custodiando, impávido, la entrada de su cueva. Su constancia en el graznido trataba de intimidar lo que mi pasión, por estos córvidos, ya modera y delimita mi respeto. Nunca ha de sentir, el amante de la Naturaleza, frustración u ofensa alguna por el innato sentimiento de defensa del animal salvaje ante la impertinente presencia humana. Más aún, hemos de alegrarnos de tan bellos instintos, de alerta y defensa del territorio, que a diferencia del hombre, en el  resto de animales incorruptos permanece ante el malicioso abuso, debilitamiento de la especie, de la dominación y civilización humanas.


Traté de acercarme de nuevo, para alertar de mi naturaleza humana. Fue entonces cuando mi interlocutor córvido agudizó el graznido y tal señal advirtió la tercera gran sorpresa de este hermoso encuentro. Al otro lado de la abrupta quebrada, y separados a un centenar de metros, una pareja distinta emprendió el vuelo desde la oquedad de una cornisa para prestar refuerzo al combatiente macho de oscuro plumaje. Aunaron sus graznidos, en contundente polifonía, con intención de disuadirme.* Esto me dio a entender, al fin, que no sólo estas magníficas aves se alían en parejas valientes, estables, cómplices y armadas para el cuidado de su progenie. También, en una más amplia idea de parentesco, otras parejas, probablemente del mismo clan, y en un bello ejercicio de ayuda mutua, son capaces de ayudarse entre ellas para la consecución de la vida.



* Justo al mismo tiempo de este suceso, al otro lado de la quebrada, en un desnudo canchal, tres jóvenes machos de Capra hispánica batían sus cornamentas, a modo de juego, pero éste ya es otro capítulo aparte. Los cantiles bajo los molinos de Sierra Cerdaña son uno de esos enclaves relictos de fauna, inhóspitos a la civilización, donde aún es posible ver distintas poblaciones de animales, conviviendo en zoocenosis, sin el menor problema.

abril 15, 2015

Sistema hidrokárstico de la Magrana d'Or

El sistema de riego de la Magrana d'Or está concebido como un diseño pragmático y a la vez estético que recupera una vieja acequia y aprovecha la roca caliza y la toba cuaternaria como conducción, cámara y acuífero para reCrear un sistema fluvio-kárstico natural de engullidores y resurgencias que aprovecha al máximo y abastece de agua todos los bancales del huerto y bosque semillero.