“De los animales somos alumnos en lo más importante”. Demócrito de Abdera
El segundo día de estudio, bien entrado el mes de Abril, y antes de entrar en la cavidad, me propuse indagar más a fondo la dieta y recursos territoriales de ciertos córvidos. Me encaminaba hacia la vertiente sur de Sierra Cerdaña, donde habita una familia de chovas, Pyrrhocorax , de pico rojo. Sabemos que son aves monógamas, permanentemente fieles a la pareja durante toda la vida. Anidan, para su reproducción, en oquedades y cuevas de cantiles rocosos prácticamente inexpugnables. Es para ésta época, en primavera, cuando la hembra pone e incuba varios huevos sobre un nido estructurado a partir de las raíces aéreas de plantas saxátiles. Mientras, el macho, aguarda y custodia desde una cornisa la entrada a la cavidad-nido. Desde su nacimiento, las pequeñas chovas, son alimentadas tanto por el padre y la madre, que en turnos, o a veces juntos, frecuentan los rellanos herbosos del acantilado, donde rebuscan pequeñas larvas y frutos, como la endrina (Prunus spinosa) o el cerecino (Prunus mahaleb). Tardarán más de un mes en volar fuera del nido. Allí, en los cielos que abrazan los precipicios, volarán la familia y su clan, siempre unidos bajo cierto parentesco, hasta el próximo periodo de cría.
Acabando yo de llegar a la boca de la cueva, y herborizando con la vista las comunidades vegetales, recurso próximo y objeto de tal estudio, desprendióse cantil abajo, en preciso momento, un pedazo de roca del tamaño de un puño, hasta rozar mi cabeza y quebrando la rama florida de un guillomo que colgando del roquedo subsistía. Mi primera sospecha alzó la visión risco arriba, en busca de alguna montaraz cabra salvaje, y grata sorpresa para mí, fue hallar entre espliego y alisos espinosos, el flamígero pico, sujeto de mi investigación.
Allí una mirada valiente y curiosa, desafiaba mi integridad craneal con pequeños extraplomos, arrojados en conjunta acción de voluntad y gravedad: se trataba de un bello ejemplar masculino de Pyrrhocorax pyrrhocorax, defendiendo su hogar de mi intrusismo. A partir de este encuentro se sucedieron las sorpresas. La segunda de ellas fue comprobar como con grave y severo graznido, parecía comunicarse con otro ejemplar que, escondido, permanecía en el interior de la amplia cavidad. Ésta, una chova hembra, respondía del mismo modo. Por un momento quise alejarme algo de la entrada, y entonces los graznidos entre ambos se volvieron más continuos. Fue señal para que la hembra apareciera de lo más profundo de la cueva, y al verla el macho, por la luz exterior iluminada, despegase de su cornisa para unirse a ella en un bellísimo vuelo, regalo para mis ojos.
La feliz, pero cauta pareja, voló por encima de los descarnados riscos y no apareció hasta más tarde. Tras una de las más acrobáticas, aéreas manifestaciones, en mi vida vistas, la hembra cayó espectacularmente en picado hasta lo más profundo de Cueva Cerdaña. Pude entonces, expectante, y tras un breve momento de silencio, disfrutar de uno esos escasos momentos en que los hombres podemos sentirnos interactuando con la tímida, relegada y ya casi inaccesible Naturaleza: en este caso, la de uno de los más brillantes ejemplos de inteligencia y estrategia córvida.
Quedó el futuro padre custodiando, impávido, la entrada de su cueva. Su constancia en el graznido trataba de intimidar lo que mi pasión, por estos córvidos, ya modera y delimita mi respeto. Nunca ha de sentir, el amante de la Naturaleza, frustración u ofensa alguna por el innato sentimiento de defensa del animal salvaje ante la impertinente presencia humana. Más aún, hemos de alegrarnos de tan bellos instintos, de alerta y defensa del territorio, que a diferencia del hombre, en el resto de animales incorruptos permanece ante el malicioso abuso, debilitamiento de la especie, de la dominación y civilización humanas.
Traté de acercarme de nuevo, para alertar de mi naturaleza humana. Fue entonces cuando mi interlocutor córvido agudizó el graznido y tal señal advirtió la tercera gran sorpresa de este hermoso encuentro. Al otro lado de la abrupta quebrada, y separados a un centenar de metros, una pareja distinta emprendió el vuelo desde la oquedad de una cornisa para prestar refuerzo al combatiente macho de oscuro plumaje. Aunaron sus graznidos, en contundente polifonía, con intención de disuadirme.* Esto me dio a entender, al fin, que no sólo estas magníficas aves se alían en parejas valientes, estables, cómplices y armadas para el cuidado de su progenie. También, en una más amplia idea de parentesco, otras parejas, probablemente del mismo clan, y en un bello ejercicio de ayuda mutua, son capaces de ayudarse entre ellas para la consecución de la vida.
* Justo al mismo tiempo de este suceso, al otro lado de la quebrada, en un desnudo canchal, tres jóvenes machos de Capra hispánica batían sus cornamentas, a modo de juego, pero éste ya es otro capítulo aparte. Los cantiles bajo los molinos de Sierra Cerdaña son uno de esos enclaves relictos de fauna, inhóspitos a la civilización, donde aún es posible ver distintas poblaciones de animales, conviviendo en zoocenosis, sin el menor problema.
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